Con esta pregunta -impropia para una niña que no tiene aún seis años- inicio aquí una reflexión en voz alta que a diario nos hacemos muchas. Y la respuesta, que no es sencilla para los adultos, es del todo incomprensible para una niña que un día se enfrentará a la difícil tarea de compaginar la vida laboral con sus responsabilidades familiares.
Recientemente tuve la oportunidad de asistir a un Seminario de Liderazo Femenino y Coaching organizado por el Instituto Andaluz de la Mujer dirigido a emprendedoras, empresarias y profesionales en puestos de responsabilidad. En él se invitaba a las asistentes a autorizarse como mujeres, diferentes y singulares, que viven y trabajan en un mundo hasta ahora dominado por la cultura masculina.
He de reconocer que, antes de asistir, prejuzgaba que me encontraría con un grupo de mujeres anti-hombres, enormemente crecidas en autosuficiencia, bastante duras como empresarias y -¿cómo decirlo?- de orgullosa feminidad descuidada. Pensaba que oiría un montón de soflamas feministas. Y me equivoqué.
La ponente Carmen García Ribas afirmó que las mujeres tienen una cultura diferente y diferenciada de la masculina. Y ante las necesidades, los intereses y los sentimientos de los hombres ellas se sienten convidadas de piedra, intrusas en un mundo que no comparten, no entienden y que se construye sin la visión femenina. Y ante eso, las mujeres deben aceptar vivir en la impostura de ser adecuadas a un mundo construido por la mirada del hombre o atreverse a mostrar su identidad, que es su poder. Según García Ribas, ésa es la cultura estratégica a la que deben tender las mujeres profesionales.
Y a partir de ahí, todo fueron sorpresas: desde que no hay que renunciar a las condiciones de nuestra feminidad hasta que lo adecuado es que las mujeres pasen primero entre un grupo de hombres. En contra de lo que pensaba, lo que oí fueron indicaciones para hacer posible la convivencia de modelos diferentes de ver la vida y los negocios: el masculino y el femenino, sin tener que renunciar a nada. Que la verdadera Igualdad no se logra negando las diferencias, sino a partir de aceptar y asumir que somos diferentes. Y que esa diferencia es buena.Otro feminismo es posible, me dije.
Fue un seminario enormemente interesante, que deja con ganas de más, y te plantea la posibilidad incluso de hacer un posgrado sobre la materia (el de la Pompeu Fabra es el único de España). Y lo mejor, como muchas veces pasa, estuvo al final. Las asistentes debían elegir un ejemplo de lo que para ellas era una cultura estratégica (no huésped) y una gran parte eligió el tener un horario de trabajo compatible con la vida de familia, sin reuniones por la tarde ni a horas imposibles.
Y eso me recuerda que he dejado pendiente el final de una conversación:
- Mira, hija, tanto la familia como el trabajo son muy importantes. Prácticamente, igual de importantes. Y es muy difícil. Pero a veces, hay que elegir. Y algunas veces el trabajo será más importante que la familia. Otras veces, tu familia necesitará de ti, y entonces el trabajo tendrá que esperar. ¿Lo entiendes?.
Agarrada de mi mano, ella asentía aunque no comprendía. Y a mí se me ponía el corazón en un puño.
martes, 28 de junio de 2011
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