La tercera contienda electoral que vive este país en menos de un año se ha saldado con el balance que resumo en el título y que paso a explicar a continuación. Pero empezaré por el final.
La izquierda, tanto en Galicia como en su versión nacionalista en el País Vasco, son sin duda las grandes triunfadoras de la noche electoral del 21-O. El surgimiento de la nada de Alternativa Galega de Esquerda (AGE) con su exultante candidato Xosé Manuel Beiras al frente ha dejado a Mario Conde con la cara de un chiquillo que mira la bolsa repleta de caramelos de otro: ya hubiera querido para sí una entrada en el Parlamento como ésta. Beiras ha sabido recoger el descontento que la oposición no ha podido canalizar. Y su vertiginoso ascenso causa envidia en el resto de las formaciones de izquierda del país: destacados dirigentes piden la unión de la izquierda anticapitalista.
Que el PP pierda en Galicia 135.000 votos es algo que les debe hacer pensar a los populares gallegos. Pero si desean evitar la autocrítica (qué ingenuidad pensar que la buscan, ¿verdad?), con sólo mirarse en el espejo del PSOE el consuelo les vendrá solo: en 4 años los socialistas ha sido capaz de hacer huir a 230.000 gallegos hacia otras opciones políticas.
En el País Vasco ha sido Bildu quien ha dado la sorpresa. Es sin duda la gran vencedora de la noche electoral al lograr el 25% de los votos emitidos. Todas las fuerzas políticas vascas han sido castigadas en mayor o menor medida por su electorado. Menos Bildu, que se presentaba por primera vez y por vez primera también sin la sombra de ETA acechando, justo al cumplirse un año de la última tregua anunciada por la banda terrorista y definida por ellos mismos como "definitiva".
El actual lehendakari en funciones, Patxi López, arrastra sobre sí la gran debacle socialista a nivel nacional. Todas las miradas están puestas en Rubalcaba, pero después de su gran ausencia en la noche electoral, en la que los silencios en Twitter son demasiado abrumadores, casi se puede decir que "ni está ni se le espera". Internet bullía anoche de críticas hacia el dirigente socialista que encara los peores tiempos del PSOE. Desde voces que advierten que "el suelo electoral está en el 0%", los sutiles señalamientos de nuevos dirigentes políticos como cabezas del PSOE en pleno recuento electoral, hasta las peticiones de la cabeza de Rubalcaba por parte de destacados socialistas sin ningún tipo de miramiento ni rubor.
Quizá porque le falta la decisión de dirigir el partido que le sostuvo la noche electoral del 20-N -cuando anunció que no abandonaba el barco pese a los malos resultados electorales- Rubalcaba es sin duda el gran fracasado del encuentro electoral vasco y gallego. Los titubeos en sus decisiones le han dejado sin argumentos de oposición. Del apoyo en las grandes decisiones de Estado, a la denuncia de los recortes que su propio gobierno iniciara hace poco más de un año, y hasta la decisión de no apoyar un rescate económico a pesar de saber que lo habría tenido que realizar de estar en el poder, han hecho del Partido Socialista una figura desdibujada, un partido incoherente y sin apoyos en la calle, con una sociedad que prefiere no votarle antes que taparse la nariz; que se echa a la calle y se avergüenza de unos dirigentes demasiado esclavos de su miopía orgánica o completamente atrapados por la cúpula jerárquica de la oligarquía de partido.
¿Y Rajoy? Salvado. Por la campana, la de Feijoo. Ha perdido votos. Demasiados en el País Vasco, donde a Basagoiti le ha pasado factura a una nueva forma de entender la política vasca. Y un buen puñado también en Galicia, a pesar de aumentar en escaños y lograr una mayoría absoluta más holgada -¿cuándo se reformará esa injusta y actualmente inexplicable Ley D'Hont?-. Pero el presidente se ha salvado in extremis de una gran crítica a toda su política, a sus recortes y a su gestión de una crisis que levanta ampollas en toda la sociedad, gracias a que los resultados en Galicia le han sonreído más de lo que él mismo podía esperar. La política de recorte que iniciara Feijoo en su tierra hace tres años, preludio en parte de la que haría Rajoy a nivel nacional, ha dado su fruto en un electorado que en tiempo de crisis prefiere aferrarse en su mayoría a lo convencional. Siempre y cuando, eso sí, esa mayoría supere la de una cada vez más importante masa crítica que prefiere hacerse fuerte a la izquierda. Cree en el sistema y participa, pero da la espalda a los que hasta ahora se llamaban de izquierdas y no lo eran.
En resumen, la derecha resiste mientras la izquierda coge fuerza; algunas voces, y la experiencia gallega, le animan a unirse haciendo desaparecer a un PSOE que está completamente hundido. Y su dirigente, a estas horas, todavía desaparecido.
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