Claramente, esto ocurre porque aún no se ha legislado en la Cámara madrileña prohibiendo que se fotografíe a los diputados dentro, tal y como ocurriera en el Congreso de los Diputados después de que se pillaran varios apuntes y mensajes SMS de teléfonos móviles de sus señorías. Está claro cómo funciona ésto: ¿ven que lo hacemos mal y nos critican?: no dejemos que nos vean (...andamos bien).
Y lo grave de todo esto no es que unos políticos jueguen al Apalabrados en plena asamblea madrileña mientras se debate el tan espinoso asunto de la privatización de la Sanidad. Lo peor es lo que eso significa: el debate parlamentario es vacío, absurdo, carente de sentido y aburre hasta las piedras. Y los diputados, en vez de hacer algo productivo, se encuentran obligados a estar allí esperando la hora de la votación, para no ser multados por su propio grupo por no acudir a apoyar a su partido -el que le colocó en la lista en puesto de salida y permite que cobre esos buenos emolumentos-, cuando éste le exige su voto ante cualquier trámite legislativo de la Cámara.
Además de anticuado, decimonónico y alejado de la realidad, el actual sistema político permite que quienes nos representen en las Cámaras legislativas sean previamente seleccionados y "colocados" por los partidos políticos en una lista electoral cerrada. Tener cargo público electo equivale a tener un buen sueldo garantizado durante al menos 4 años, y si con suerte se repite (lo hace la mayoría: se saben demasiadas cosas como para dejar salir al personal sin más) garantiza todo tipo de prebendas casi de por vida.
Y así, claro, quienes mayoritariamente acceden a estos cargos en muchas ocasiones son jóvenes cachorros criados dentro de las urdes del propio partido que no conocen otro oficio ni beneficio que el de dar pábulo a sus dirigentes -el hacer la pelota de toda la vida- para lograr así ser colocado en cualquier puesto goloso de la administración pública. Y por desgracia, dada la ya treintañera vida democrática de nuestro país, esto es cada vez más frecuente: son muchos los políticos que dedicaron íntegramente su vida profesional a estar al servicio de su partido, sin otra experiencia laboral que la política -así, algunos de ellos han llegado incluso a ser ministros de este país, como la actual titular de Empleo, Fátima Báñez-, y sin otra "obligación" que el dar la razón y apoyar en todo cuanto pida al dirigente de turno del partido en el que milita (ni tan siquiera los partidos muy minoritarios se libran de esta acusación en algún momento).
Un peligroso silogismo que invade lo público
El hecho de que lo público sea considerado como "de todos" hace pensar a muchos que a ellos también les corresponde su parte de ese todo que se reparte entre muchos porque está pagado por todos, incluso por ellos mismos. Si por ejemplo esta actitud de jugar a Apalabrados (o cualquier otra cosa) en vez de estar dedicado a buscar soluciones a los múltiples problemas de los ciudadanos a los que representa se diera en una empresa privada, poco tiempo les quedaría en nómina con toda probabilidad. Seguramente, no lo habrían siquiera intentado por temor a las represalias. Pero en la pública todo es diferente. Es un sentimiento que invade a casi cualquier funcionario con un simple silogismo: esto es de todos, yo también soy todos, esto también es mío. Y así, cada uno coge su parte, aunque sea el tiempo que se dedica a jugar con el IPad o el móvil en tiempo de trabajo.
Pero como decía, la culpa no es sólo de los pobres diputados que fueron pillados infraganti jugando o buscando ropa íntima (como ocurrió en las Cortes de Valencia). La culpa es del partido que le coloca allí sin pedirle apenas otra cosa que obedezca ciegamente a lo que se le pide, acudiendo religiosamente a las votaciones parlamentarias. Es del organigrama del partido que ahoga cualquier atisbo de iniciativa política que el original, verso suelto o indomado político pueda tener. Es del sistema político que nunca le exigió experiencia ni conocimiento ninguno para ser elegido concejal, diputado, ministro o presidente del Gobierno. Es de la Ley Electoral que permite que las listas sean elaboradas exclusivamente por los partidos políticos y que consiente que los cargos electos puedan seguir siéndolo de manera ininterrumpida sin límites de mandatos. Es de la estructura democrática que contempla que los partidos y los sindicatos serán financiados por el Estado, siendo así los partidos políticos otra empresa pública más. Es del país que inventó un sistema tan malo y que, pasados 36 años y viendo los frutos que ha dado, aún es incapaz de cambiar de manera pacífica y consensuada aquellos puntos que debieron ser mejor perfilados a su tiempo.
Pero sobre todo, es de los políticos que son quienes tienen en su mano el poder cambiar todo esto y que, a pesar de que es lo que la ciudadanía les pide en la calle a gritos (el 15-M fue sólo el principio), no son capaces de realizar esa dura operación de limpieza con bisturí que les supondrá, en muchos casos, jugarse su propio puesto. Son nuestros políticos los que, al jugar, nos demuestran que en verdad son ellos los que están en juego en nuestro país.
@elenabarrios
No se puede expresar mejor, Elena. Sólo espero que mucha más gente (además de nosotros y muchos como nosotros) recuerde tantos atropellos cuando se acerquen las elecciones, porque hasta ahora, unos y otros no han demostrado más que una elevada incapacidad para tomar todas las decisiones a las que aquí aludes y que tantos pedimos a gritos.
ResponderEliminarFelicidades. Por el artículo y por las fiestas ;)