Me daba el otro día un paseo por el salón virtual de los votos perdidos. Y me pregunté entonces qué sería ahora, dadas las circunstancias, del voto joven. Me refiero a ese tan codiciado voto de los que se inician por vez primera en el ventajoso juego democrático y que, en los últimos años, no han podido ejercitar un derecho que hasta ahora, por ser menores de edad, no tenían.
Y es que, a los factores que habitualmente influyen en inclinar la balanza hacia uno u otro partido entre los jóvenes, hay que sumar en las próximas elecciones nuevos elementos que han entrado en juego y que van a ser determinantes. La crisis económica, social, política y de valores en general que nos rodea, unido a las nuevas herramientas de comunicación que los jóvenes dominan de forma natural, deben cambiar sustancialmente los mensajes que los políticos deben lanzar si quieren atraer -aunque sea mínimamente- a este sector de la población que, como los demás, deberá depositar su voto en las urnas en las próximas elecciones.
Y me preguntaba quién sería el que tendría la suficiente fuerza y símbolo del cambio como para atraer al voto joven. Especialmente en estos tiempos en los que pueden estar desengañados de una clase política que pueden ver con desidia más que con otra cosa, como una casta alejada de la realidad, con muchos privilegios, pocas obligaciones y cero soluciones para salir de la crisis.
Nuestros jóvenes, que siempre se han caracterizado por su inconformismo y su capacidad de cambiar las cosas que no les gustan, tendrán muy poco entre lo que elegir el cambio. ¿Confiarán en Zapatero y su equipo, "culpables" de la falta de soluciones a esta crisis; que obliga a los mayores a retrasar su jubilación mientras 4.3 millones de españoles están en el paro; al que pueden ver como culpable de hipotecar nuestras pensiones y el futuro de nuestros hijos? ¿Confiarán en Rajoy, al que no han visto ganar ni unas elecciones y que representa al pasado más que el propio Zp -sobretodo por haber formado parte de los gobiernos de España de casi una década anterior en la fecha en la que se celebren elecciones-? ¿Confiarán en otros partidos minoritarios como Izquierda Unida, que ha sido el refugio del voto joven durante mucho tiempo pero que se presenta falto de valores y de sentido en la actualidad? ¿Será Rosa Díez la ganadora del joven elector, desde su ecléctica posición "progresista" a medio camino entre un PSOE esclavo de los nacionalismos y un PP demasiado a la derecha del centro? ¿Obtendrán los nacionalistas esta confianza por parte de los jóvenes por ser los que más cerca geográficamente de ellos están?
Todo es posible, más aún con una larga campaña electoral por delante. Lo que sí está claro es que quien quiera ganarse a los jóvenes tendrá que pelear en su terreno. Y esta nueva generación vive en Internet y en las redes sociales. Por eso los partidos deberán cambiar sus estrategias y aprender el lenguaje de los Social Media, que tiene un diccionario con pocas pero fundamentales entradas: "escuchar", "aprender", "analizar", "aceptar opiniones" y "conversar".
Es, sin duda, el tiempo de las herramientas 2.0. Sin ellas, los mensajes de los políticos ni se acercarán al electorado. Y si este acercamiento no se produce en la dirección y el modo adecuado, por mucho que estén en Tuenti, Facebook o Twitter, nuestros políticos seguirán lejos y sin comunicación -en el más profundo sentido de la palabra- con los electores. En las redes sociales hay que estar, sin duda, queridos políticos. Pero no basta sólo con estar.
martes, 9 de marzo de 2010
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